viernes, 16 de septiembre de 2011

EL HOMBRE DE BOGOTA (Amy Hempel)

La policía y los servicios de emergencia no logran el más mínimo impacto. La voz suplicante del cónyuge no tiene el efecto deseado. La mujer se mantiene parada al filo del abismo. Aunque no por mucho tiempo, amenaza.

Tengo la ocurrencia de que soy yo quien debe convencerla de bajar. Lo veo, y sucede así. Le cuento a la mujer la historia de un hombre en Bogotá. Era un hombre acaudalado, un industrial a quien secuestraron para luego cobrar un rescate. No fue como lo retratan en las series de televisión: su esposa no pudo simplemente llamar al banco y, al cabo de veinticuatro horas, tener listo el millón de dólares. Tardó meses. El hombre tenía una afección cardiaca, y los secuestradores tuvieron que mantenerlo vivo.

Escúchame, le digo a la mujer que está parada al filo del abismo. Sus captores le hicieron dejar de fumar. Cambiaron su dieta y lo pusieron a hacer ejercicio todos los días. Y lo mantuvieron así durante tres meses.

Una vez pagado el rescate y tras ser liberado, su doctor lo examinó. Encontró al hombre en excelentes condiciones de salud. Le repito a la mujer lo que el doctor dijo en ese momento. Que el secuestro fue la mejor cosa que le pudo haber ocurrido al hombre.

* * *

Tal vez ésta no sea una de esas historias hechas para que te arrepientas de saltar. Pero la cuento con la esperanza de que la mujer que está al filo del abismo se plantee una pregunta, la misma que se planteó el hombre en Bogotá. Que cómo sabemos que lo que nos pasa no es bueno